No molestar, creando

Cosas transparentes

«Aquí está la persona que necesito. ¡Hola, persona! No me oye». Éstas son las primeras palabras, nada inocentes, de la penúltima novela de Vladimir Nabokov, publicada en 1972 y, cuatro décadas después, felizmente editada por Anagrama. Con traducción al castellano de Jordi Fibla, resulta una obra excelente que, como afirmare Rodrigo Fresán en las páginas del diario El País, sirve como una de las mejores puertas de entrada al universo del escritor de San Petersburgo.
De estructura cíclica, desde el inicio quedan claras las intenciones del autor. Hugh es -fue- un triste personaje del mundo editorial en busca de mejor suerte. ¿Quién no se identifica con la propuesta? A la universalidad del argumento se añade un cuidado estilo, sencillo a primera vista y sin embargo, invisible en su rico andamiaje, trufado de poesía y guiños cómicos. A destacar, el hábil uso de la analepsis o ciertas digresiones -las páginas dedicadas al lápiz olvidado son fabulosas- que, lejos de alejarnos del foco de la trama, nos sumergen plenamente en ella hasta llegar a un final tan abierto a la interpretación como el comienzo.

Abundan los temas nabokovianos: memoria, sueños, duda, amor, determinismo, soledad… o el erotismo marca de la casa a lo Lolita. Y siempre la duda. Cosas transparentes, sí, son también las que no se ven, el ruido blanco de nuestra existencia, misterios insondables que el enigmático narrador omnisciente maneja con diablura para interpelarnos al paso de las hojas. La nouvelle, denostada y alabada a partes iguales («Las críticas oscilan entre la más desesperanzada adoración y el odio más impotente. Muy divertido», recoge socarrón en su diario), fue elaborada en dos años y medio interrumpidos, una isla -o no- entre su célebre Ada o el ardor y Mira los arlequines. ¿Sabes, lector? 

Álvaro Campos Suárez