No molestar, creando

Estar en las nubes

 

a la memoria de Luis Cernuda,

en el 50º aniversario de su muerte

 

Siempre me ha fascinado el vapor de agua y esas curiosas formas que tiene de manifestarse. De entre ellas, la preferida es, como tantas veces, la que no vuelve: durante una ducha caliente, formando el vaho propiciatorio en el espejo del baño en el que, de niño, pintaba monstruos o replicaba amenazas fraternales. Pero mi primer encuentro con el arte efímero no transcurrió en el hogar sino a plena luz del día pues, desde muy pequeño, escrutaba con avidez el cielo. Pasaba las tardes en el mejor de los cines; gratuito, sin rombos ni censura, de verano y de todas las estaciones, un mágico lugar donde, en vez de comer regaliz o palomitas, disfrutaba del gran algodón de los sueños. Aquellos días eran una continua fiesta. Y es que, aquí como en el París de Hemingway, para entender el mundo sólo hay que mirar a las nubes, el espectáculo público mayor, perfecto reflejo de la vida en tierra pasado por el filtro del esperpento.

Con los años, capturé mi visión en una frase: “Amables dragones besan a perros con cara de niña”. Fantasmagorías extraordinarias que sin embargo hoy me son algo ajenas, al descubrir para mi sorpresa que, lamentablemente, no todo son aventuras en los cúmulos. En ocasiones, toca función en el azul pero hay que suspenderla por la lluvia, venga ésta de las alturas o de los ojos tristes. En esos casos, conviene espirar el aire denso de una eterna y fría noche de invierno, y con ello, en la soledad del campo, dibujar el mapa de retorno. Lo importante es recordar que (casi) todo es breve y maravilloso, como el amor que nunca fue… o las mejores nubes.