No molestar, creando

Más allá de la cultura

El siglo XX ha sido testigo de grandes acontecimientos políticos que, de una u otra manera, han conformado lo que en la actualidad somos. En muchos de ellos, la política cultural, tan denostada antes y ahora, ha ocupado un papel fundamental como técnica represiva hacia el Otro; especialmente, con los totalitarismos de izquierda y derecha. Quizá fue la cita de Mussolini la que cobró mayor fortuna: «todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado». Y la máquina perfecta, el Ministerio de Propaganda del nazi Joseph Goebbels, un «Mefistófeles moderno» (Curt Riess) que controlaba desde los periódicos y libros escolares a las películas o los conciertos.

Como siempre sucede en la historia, hay que mirar más atrás. La creación de un espacio individual, una esfera de derechos y libertades ciudadanas fuera del alcance del poder del soberano, ha sido una de las grandes metas de las revoluciones democráticas desde el siglo XVIII en Occidente, marcando el paso de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea. En nuestro país, la Constitución de 1978 (art. 44) incluye entre sus principios el acceso universal a la cultura, pero su industria (aspecto tan denostado por Horkheimer) ha perdido 4.700 millones de euros, 4.000 empresas y 100.000 empleos sólo entre 2008 y 2013 durante la Gran Recesión (Informe sobre el Estado de la Cultura en España, Fundación Alternativas, 2016).

Es preciso recuperar el terreno. Pero más importante aún, entender que la cultura es una aventura espiritual y propia: leer un poema, ver una película, admirar un cuadro. Fomentar y visitar las artes como hábitat natural y cotidiano. Lejos del Estado y del mercado, todo se resume en avanzar más allá de la cultura. Una tarea para la que, como en el resto de las cosas de la vida, estamos solos. Mejor así.