No molestar, creando

Phattie

Plutón siempre ha sido mi planeta favorito. Si me lo permiten, el postrero de ellos. No es baladí la precisión que ya otorgan los anales, pues situarlo al final de la cola le adiciona, a mi gusto, un extraño halo de romanticismo como cierre de un conjunto (los últimos, sí, serán los primeros). Amable centinela del Sistema Solar a partir de su hallazgo en 1930, fue en el año 2006 cuando los criterios de la Unión Astronómica Internacional llevaron a que se le degradara de rango, calificándolo de enano plutoide (más allá de la órbita de Neptuno) al igual que al resto de sus hermanos del cinturón de Kuiper.

Pero nunca dejó de ser mi cielo azul. La razón inicial es que Caronte es su satélite por excelencia. Y ya se sabe que el excéntrico barquero transporta las almas, al otro lado de la laguna Estigia, para el reencuentro eterno con el ser querido. También, porque su descubrimiento no es sino un accidente (¿no lo somos todos?), producto de las investigaciones de Clyde Tombaugh en la búsqueda del planeta nueve desde el Observatorio Lowell, cuyos trabajos previos, que partían de inicios del siglo pasado, marcaron la ruta.

Desde 1781, cuando se descubrió Urano, no se han hallado nuevos planetas en órbita solar. Y Phattie, antes Planeta X, continúa siendo un misterio. Como si de un vecino del tercero se tratare, conocemos su presencia pero no lo vemos. Tampoco a Luciano de Samosata, que en el II d. C. escribió en su novela “Historia verdadera” sobre el viaje a la Luna. ¿La leería Armstrong? Quién sabe. Soñemos despiertos en cualquier caso como él, y con calma selenita, imaginemos esta otra piedra en el cosmos. O mejor aún. Exijamos a solas, hasta el penúltimo día, nuestra finca en el espacio sideral. A fin de cuentas, todos sin excepción, un día, fuimos las estrellas.

 

Álvaro Campos Suárez