No molestar, creando

Ruta Leh

India, dieciocho de agosto de dos mil catorce. Echo de menos el paisaje postapocalíptico entre Keylong y Sarchu, un erial extraplanetario de negros, grises y terrosos en perfecta sintonía con el claroscuro de las laderas y los picos glaseados. Ladakh y sus estupas nos reciben en un espacio desértico de tonalidades amarillas y magentas, atravesado longitudinalmente por una carretera de veinte o treinta kilómetros, asfaltada y en aceptable estado. Pueden verse caballos salvajes a un lado de la vía. Hoy en el cielo no reinan las nubes. Tampoco hay arboleda, pero el azul es arrebatador. Amandeep, el conductor, comenta que se está construyendo desde Manali un gigantesco túnel a través de las montañas para evitar el cierre de los puertos varios meses al año por las heladas. La presencia del ejército ya no es tan continua como en jornadas anteriores, al alejarnos de los territorios fronterizos con Pakistán. Media luna nos observa en las alturas cuando arribamos al segundo paso más alto del mundo, Taglang La, 5328 metros sobre el nivel del mar. Antes, sendos adelantamientos a grupos de ciclistas extranjeros, numerosos en esta región tan propicia para los deportes de aventura. Diviso ocres y morados en elevaciones a lo lejos, aunque es ahora el violeta el que domina la mirada. Hay momentos en que el piso, en aquellas áreas no pavimentadas, torna rosáceo en ósmosis con las faldas de Shiva, y a la derecha, un riachuelo embarrado y jubiloso que acompaña nuestro avance invita a que nos fundamos en uno: carne, piedra y agua. Las señales de tráfico amenizan el recorrido: “After whisky, driving risky”; “It’s no rally, enjoy the valley”. Y así hacemos, cuando un panel del Gobierno de Jammu & Kashmir da la bienvenida al distrito de Leh. Hasta la ciudad del mismo nombre, 50 kilómetros, el Indo y un océano de colores. Todo aquí resulta tan intenso…