No molestar, creando

Magia

Estos días pienso en cuán compleja es la vida en sociedad, la gran mentira de la cuna a la tumba. Y es que pasan los años y uno, antes o después, deviene taumaturgo de primera. Para sobrellevar la rémora de experiencias pasadas que dificultan la normal llevanza del presente; también, para no traicionarse a sí mismo en un entorno hostil que bombardea racimos de felicidad eterna en suaves combos de capital y muerte. Decisiones y actos ajenos a la voluntad propia nos conducen temporalmente a nuevos estados, etapas de inicio hacia no se sabe dónde surgidas de realidades que encontramos casi inexplicables (y lo que es peor, sin posibilidad de ser juzgados). Como en la pasarela de un barco pirata, saltamos del trampolín sin remedio para zambullirnos en otro océano de perspectivas y paisajes hasta la fecha inobservados. En el proceso fuimos manipulados, toreados, incluso bendecidos… pero percibiremos, con tristeza y fortuna a partes iguales, una ínfima parte de lo que sucedió a nuestro alrededor. Coexistimos objetivamente sólo en aquellos temas y espacios delimitados por los centros de poder, que desde antaño, sabemos, marcan el tempo de la historia. Pues es un hecho (éste sí) que no hay que fiarse del pasado, que todo se lo lleva y, por naturaleza, es interpretable.

De ahí que me fascine la falacia del circo mundano. En especial, los sedicentes magos que se ríen de la gente cuando, función tras función en el bucle de los días, creen engañar con sus trucos de tahúr o dictan sentencia con facas de ladrón arrabalero. Aprendices ellos, olvidan cierto aspecto: un buen mago nunca revela sus secretos.